Desde que me picó la curiosidad
fui por el mundo queriendo saberlo todo.
Queriendo descubrirlo todo.
Queriendo entenderlo todo.
Algunos libros eran casas por dentro,
donde vivían los más interesantes personajes
y sucedían las más sugestivas historias
entre sus hojas y mis ojos.
Y otros, llenos de enseñanzas,
que me ayudaron a crecer por dentro.
¿La Tierra era plana o redonda?
¿Cómo se apagaba un incendio?
¿Y qué era aquello de la Gravedad?
¿Acaso tenía que asustarme por ello?
Las hojas caían en otoño y debía de haber una razón
¿Los besos se daban o se prestaban,
esperando ser devueltos por amor, tal vez?
El arte era prosa y otras veces, verso.
Colorido, paciencia, ilógica y, a veces, ciencia.
Palabras, números, silencio y notas musicales.
Y yo: el finito y el infinito encontrándose.
Según mi Maestro.
Qué arsenal de creatividad y creaciones.
Qué fascinante fascinación.
Conocí a Kandinsky, a Picasso y a Chagall.
Me maravillé con Miguel Ángel.
Escuché lo que tenían que decir Chopin y Brahms,
a Mahler y a Beethoven.
Poniendo toda mi atención y mi sentimiento en ello.
Pero lo que más interés me suscitó
fue el misterio que envuelve al ser humano.
Que a su vez, lo contiene.
Todo en él es previsible y a la vez, desconcertante.
¿Cuánto es capaz de apreciar en un instante?
¿Cuánto de crear con un pensamiento?
¿Cuánto de destruir con un solo gesto?
¿Cuánta verdad contiene su palabra?
¿Cuánto amor su corazón?
¿Qué desea encontrar con su incesante búsqueda?
¿Acaso la satisfacción interior
o simplemente ambiciona logros materiales?
Si necesita paz, ¿por qué busca guerras?
¿Por qué enemigos si quiere amistad?
¿Es consciente acaso de sus contradicciones?
¿Y de su necesidad de amar?
Nunca dejo de sorprenderme.
Desde que me picó aquél extraño insecto, llamado “curiosidad”.
Todo sigue aún por descubrir, interpretar, experimentar, sentir…
Nunca he buscado alivio para esa picadura singular.
Es el único prurito que me resulta gratificante.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©